La historia de cómo los eficientes solventan a los informales, incapaces y corruptos

(*) Martha A. Bringas Gómez

Reza un dicho que “en esta vida nada es seguro, salvo la muerte y los impuestos”. Al menos para quienes han decidido transitar por el estrecho y difícil camino de la formalidad tributaria. Y es que pagar impuestos no es lo más agradable del mundo, pues implica entregar una parte de lo ganado con esfuerzo y trabajo a un Estado que – a modo de accionista privilegiado -, recibe ganancias sin haber puesto un solo centavo de aportación.

Estos días son duros: empresas grandes, medianas y pequeñas, startups, peruanos de a pie con sus emprendimientos personales, profesionales y técnicos de oficios diversos, están presentando sus declaraciones anuales del impuesto a la renta, entregando al Fisco importes que van desde el 8% hasta el 29.5% de sus ganancias. Para una inmensa mayoría, no ha quedado otra que fraccionar el pago de su deuda en cuotas mensuales que le permitan hacer frente a la deuda, que SUNAT no perdonará. Esto, en tiempos de pandemia, inflación y recesión, resulta terrible sobre todo para los peruanos de a pie.

Pero como si ello no fuera suficiente, está la frustración e impotencia legítimas, que provienen de saber que esas ganancias obtenidas a costa de horas sin dormir, intenso trabajo, sacrificio de pasar tiempo en familia o disfrutar el merecido descanso, muy probablemente irán a parar a las manos de funcionarios o autoridades corruptas que harán mal uso de ellas, malgastándolas o direccionándolas hacia bolsillos de gente inescrupulosa.

Y ése, señores del MEF, funcionarios de SUNAT, es el mayor desincentivo para pagar, es el saboteador de la cultura tributaria, es el burlador de los contribuyentes formales y honestos que, hoy por hoy, se preguntan si vale la pena ser tan bueno, si el único “premio” o “reconocimiento” es que te llegue un requerimiento de fiscalización o auditoría, cuando hay cientos de miles de negocios informales (muchas veces vinculados con actividades ilícitas) que pagan “cero” impuestos, a vista y paciencia de las autoridades, que solo quieren fiscalizar desde sus escritorios o desde sus programas predictivos o sus algoritmos de inteligencia artificial.

Nos han vendido el cuento de que cobrar más impuestos aumentando la carga tributaria es “justicia tributaria”, es quitar a los ricos que lo tienen todo, para dar a los pobres que no tienen nada. Nada más lejos de la realidad. La verdadera justicia tributaria se hará cuando los que administran los recursos que hoy se recaudan, sean bien invertidos, administrados y gastados; cuando la tarea de destapar la corrupción y la ineficiencia, no solo provengan de informes de la Contraloría o de denuncias periodísticas, sino del propio seno de los poderes del Estado; cuando se cobre al informal que no paga sus impuestos y no siempre a los mismos formales que sí cumplen.

Desde la Asociación de Contribuyentes expresamos un reconocimiento a todos aquellos peruanos que, a pesar de la difícil realidad que vivimos y de la ineficiencia del aparato estatal, se mantienen firmes en pagar sus impuestos y mantenerse en la formalidad. A ellos, muchas gracias porque sus impuestos son las escuelas, los hospitales, las carreteras y caminos, los servicios públicos. Y a los funcionarios y autoridades hacemos una exhortación a cumplir con su deber de formalizar la economía, de crear las condiciones para que la formalidad sea atractiva para todos y no solo un camino estrecho y duro por el que pocos valientes se animan a transitar.

(*) Abogada. Mg. en Gestión Pública. Directora Legal en Asociación de Contribuyentes 

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